Apuntes misceláneos: Vacío social y mass-media. Tres experiencias

Mass-media

Federico Anaya-Gallardo

En estos días estoy leyendo un volumen ya viejo acerca de un tema que hoy suena arcaico: New Directions in Soviet History, editado en Cambridge, Inglaterra, en 1992 por Stephen White (n.1945), de la Universidad de Glasgow, Escocia. Es una colección de ensayos presentados en un congreso internacional de 1990 por expertos occidentales y soviéticos que estudiaban la URSS. En los días del congreso académico, aún había URSS. Cuando los ensayos vieron la luz, ya no. Con todo, el estudio de la experiencia soviética, aunque suene arcaico, puede ser relevante. Uno de los ensayistas en el volumen de White es James von Geldern (n.ca.1958), del Macalester College en Minnesota, EU. Escribe acerca de las relaciones entre centro y periferia y la cultura de masas en la Unión Soviética de los años 1930.

La cultura de masas soviética fue creada por medios de comunicación estrictamente controlados por el Estado cuyos mensajes se diseñaron para asegurar la máxima participación del pueblo en la construcción del socialismo. Geldern reconoce que el problema en una situación totalitaria es que sólo tenemos datos (mensajes) provenientes del Estado y que es problemático afirmar de qué modo impactaron esos datos y mensajes en el público-receptor. En situaciones políticas más liberales este problema también existe, puesto que los emisores de mensajes son siempre mucho más poderosos que los receptores. Chomsky ha dicho algo sobre esto.

En la URSS de los 1930, la discusión política relevante se daba en un solo lado: en el Estado y dentro del Partido. El gusto popular no tenía modo de expresarse de manera autónoma y las audiencias eran simples consumidores de la oferta Estatal/Partidista. Esto, atención, también ocurría en otras sociedades, salvo cuando los dueños de los mass-media se interesaban en estudiar a sus consumidores para asegurarse más audiencias. Las audiencias, fueran “escuchas” del radio, “lectores” de periódicos o “público” de cine, siempre tenían un rol pasivo o muy limitado. Acaso esto haya cambiado algo en el siglo XXI, pero debemos debatirlo.

Geldern sugiere que los mass-media soviéticos lograron, pese a lo anterior, volverse parte del tejido social. Es decir, que tuvieron éxito en subvertir el discurso general en las reuniones sociales y en el chismorreo de vecinos. Nos dice que crearon una identidad general que unía a todos los ciudadanos del país de los Soviets. Geldern atribuye este éxito a que los mass-media estaban llenando un “vacío” creado por el totalitarismo que había destruido la posibilidad de formas de comunicación bilaterales no controladas por el Estado. En el momento en que el mensaje socialista staliniano llenó ese vacío con mensajes que entusiasmaron a la ciudadanía el régimen logró legitimarse. Geldern aporta elementos acerca de cómo los proyectos de industrialización acelerada, colectivización de la agricultura, construcción de una capital “digna” del socialismo internacional en Moscú, e integración de las regiones y pueblos no-rusos de la federación soviética fueron procesados por las audiencias como un esfuerzo colectivo legítimo liderado razonablemente por el “padre de los pueblos”. Este éxito de los mass-media soviéticos acaso explique por qué pervive hasta hoy la leyenda de Stalin pese a todos los crímenes de este dictador-fascista-de-izquierda.

Me parece que este fenómeno de “llenar el vacío”, tan claro en la Unión Soviética staliniana, ocurrió de modo análogo en el Occidente “liberal”.

El México de la misma era (1920-1940) no era un Estado totalitario. Aunque tuviese muchos rasgos autoritarios y militaristas estos eran más bien “bonapartismo” y por ello tendían a la “reconciliación” o “equilibrio” de las clases en conflicto. Sin embargo, igual que en la Unión Soviética, existía un “vacío” recién creado en las comunicaciones bilaterales entre ciudadanos. La causa, análoga a lo ocurrido en “las Rusias”, fue la disrupción social causada por diez años de guerras revolucionarias (1910-1920) y por una reconstrucción nacional dirigida desde un muy fortalecido poder ejecutivo federal. Tanto en las Rusias como en México, instituciones intermedias, como las iglesias o los sindicatos, trataron de oponerse a que el discurso estatal llenase ese vacío; pero sus intentos fueron combatidos más o menos exitosamente por el Estado. Se trató de una batalla cultural en la que los mass-media tuvieron un papel esencial. En la Unión Soviética esas instituciones fueron absorbidas por el Estado totalitario. En México fueron vencidas militarmente (primera guerra cristera), pero no completamente absorbidas.

Los periódicos pequeño-burgueses nacidos bajo el Carrancismo (El Universal y Excélsior, 1916 y 1917) lanzaron por su cuenta –y a veces a contrapelo de las políticas públicas de los gobiernos de la Revolución Mexicana– campañas para crear nuevas identidades en la población o “audiencias”. Intuían, correctamente, el “vacío” del que habla Geldern y se apresuraban a llenarlo. Una de esas campañas fue el “Día de la Madre” creado por Excélsior en 1922. Esta propuesta era una manera bastante obvia de darle la vuelta a la laicización forzosa que impulsaron el obregonismo (tímidamente) y luego el callismo (militantemente). El “Día de la Madre”, celebrado el 10 de mayo, secularizaba el viejo “Mes de María” o “Mes del Rosario”, pero manteniendo y reproduciendo en formatos nuevos los elementos esenciales del marianismo popular. Excélsior ganó esta batalla por las mentes de los lectores de diarios. No fue una batalla menor. La victoria de Excélsior significaba “idolatrar” a la mujer como madre pero con esta excusa relegarla al hogar –es decir, mantenerla sometida a los varones como cabezas de familia. No es de extrañar que la iniciativa del presidente Cárdenas de conceder el voto a las mujeres fracasara en el Congreso General.

En la Hemeroteca Nacional de México se pueden consultar los resultados de los concursos que convocó Excélsior para celebrar el “Día de la Madre” de 1940. El periódico no sólo llamó a los niños de toda la República a enviar dibujos alusivos a las madres, sino que presentaba en su publicidad anuncios de una las muchas películas de Sara García en la que se idolatraba a las “madrecitas santas”. El “combo” ideológico se complementaba con anuncios de la película En tiempos de don Porfirio de Juan Bustillos Oro. La industria cinematográfica complementaba así el mensaje ideológico del periódico privado de mayor circulación.

De acuerdo al número de Excélsior del 10 de mayo de 1940, el dibujo ganador fue el de un muchacho con discapacidad (amputado cuádruple) quien dibujó a un niño vestido de marinerito ofreciendo devotamente flores a la Virgen María en el interior de una iglesia. Este y otros dibujos premiados se reprodujeron en la parte final de la Primera Sección de esa edición –muy cerca de la publicidad de las películas que he mencionado–. En la segunda sección, páginas 1 y 6, se relató la odisea del muchacho, quien al parecer sufrió un accidente en Oaxaca y migró al Distrito Federal, a donde, tres años antes (en 1937), había pedido a sus familiares que le llevasen todos los días a las afueras de Los Pinos. Allí estuvo hasta que el presidente Cárdenas reparó en él. Después de entrevistarlo en la acera, el Presidente ordenó a su chofer que llevara al niño a una escuela pública y que lo matricularan en ella –lo que, por supuesto, se hizo de inmediato–. El relato de Excélsior une en una sola cuerda cuatro mensajes ideológicos: (1) el ideal de voluntad individual inquebrantable (el muchacho con discapacidad), (2) la necesidad de la solidaridad social (el asistencialismo de Excélsior), (3) la responsabilidad (providencial) del Jefe de la Nación y (4) el patronazgo espiritual de la Madre de los Cielos.

En comparación con esta noticia de Excélsior palidecen los reportes de esa misma semana publicados por El Nacional. Este medio era entonces un diario no sólo oficialista sino socialista. Reportó al centro de sus noticias la gran marcha obrera del 1 de mayo. Pero esos reportes ni de lejos tienen el vigor de la celebración de las madres en Excélsior. Incluso se quedó corta la cobertura acerca de la participación en la marcha de milicias armadas obreras de la CTM, organizadas por Lombardo Toledano para defender a México de una inminente agresión fascista. Y esta debilidad del mensaje del gobierno de Izquierdas mexicano ocurrió pese a que en esos precisos días Hitler estaba arrasando Holanda, Bélgica y Francia (episodio relatado en el reciente filme Las horas más oscuras de Joe Wright, 2017). La guerra por los símbolos en la construcción del socialismo mexicano propuesto por el cardenismo de los 1930 la ganaron los mass-media privados y católicos. El “vacío” de comunicación entre la ciudadanía mexicana lo llenaron quienes crearon más tarde Televisa: el Chavo del ocho prefigurado en don Rodrigo Rodríguez o don Susanito Peñafiel.

El “vacío” que llenaron los mass-media soviéticos y mexicanos existía en otras sociedades. Hay algo análogo en los Estados Unidos de 1919 a 1939 como consecuencia de la movilización masiva de varones blancos para combatir en la Primera Guerra Mundial y el subsecuente inicio de la gran migración de afroamericanos a los estados del norte. Esta migración significó una profunda disrupción tanto en el sur agrícola como en el norte industrial estadunidense. Lo que es interesante es que la dispersión territorial de los mass-media y la existencia de audiencias regionales robustas (especialmente en el norte) permitieron que el “vacío” fuese llenado, por ejemplo, por redes de solidaridad africanoamericanas que publicaban periódicos y organizaban programas de radio locales. Por supuesto, también sus contrarios saltaron a llenar el “vacío”: en el Sur se fortalecen organizaciones racistas como el Klu Klux Klan –quienes también tienen acceso a los mass-media– y que estuvieron legitimados por parte de la producción cinematográfica (por ejemplo, El Nacimiento de una Nación de D.W. Griffith, 1915).

1955 trajo una amarga pero poderosa comprobación del éxito de los mass-media afroamericanos en el norte estadunidense. Ese año fue asesinado en Mississippi el quinceañero Emmett Till. Emmet era un muchacho afroamericano nacido y criado en la norteña Chicago luego de que los migrantes se habían asentado y ganado derechos. Estudiaba en una secundaria no-segregada. Al visitar en vacaciones de verano a su familia en el sureño Mississippi fue víctima de violencia racista porque el chico se comportaba como igual frente a los pobladores blancos. Le secuestraron. Le torturaron. Le mataron. Amarraron su cadáver con alambre de púas y lo arrojaron al río.

Los mass-media afroamericanos en Chicago dieron seguimiento inmediato a la tragedia, desde el día siguiente al secuestro. Dieron a conocer el hallazgo del cadáver. Reportaron quiénes habían agredido al adolescente. Publicaron, a petición de su madre, la foto del cadáver destrozado del chico. El escándalo de la prensa afroamericana llamó la atención de los mass-media de todo el mundo. Junto con agencias japonesas y francesas (sería bueno revisar si hubo prensa soviética) los reporteros afroamericanos del norte dieron seguimiento al juicio de los asesinos de Emmet –¡quienes fueron absueltos por un jurado abiertamente racista!–. Esta cobertura permitió que la muerte de Emmet Till resonase como una de las primeras campanadas del movimiento por los derechos civiles que florecería en las dos décadas siguientes.

El “vacío” en la comunicación entre ciudadanos es probablemente un fenómeno general –y que se repite según las sociedades siguen transformándose, es decir “rompiéndose” y reorganizándose–. Todas las sociedades modernas presentarían ese “vacío”. Sus causas son variadas. Para llenar ese vacío, para crear una nueva identidad colectiva de masas, las sociedades usan los mass-media. He repasado tres ejemplos de la primera mitad del siglo XX. El de un régimen totalitario que llamó eficazmente a construir un mundo nuevo, revolucionario y justo; el de un autoritarismo poco eficaz que dejó que le ganaran los símbolos generados por quienes acababa de derrotar en la guerra civil; y el de una sociedad civil marginal que se organizó desde abajo hasta hegemonizar el debate social y político.

Me parece que los tres nos dan lecciones para el presente en nuestras sociedades de principios del siglo XXI, en las que de nueva cuenta vemos terribles vacíos identitarios.

Febrero, 2018.

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